lunes, 11 de enero de 2016

¡LA MUJER DEL CIGARRILLO!

Una madrugada, cuando Román salía del trabajo en el bar, vio en la esquina una chica pidiendo lumbre para su cigarrillo, sin embargo, ninguna de las personas se detenía, tal vez por su aspecto desalineado, pues estaba descalza, algo sucia y con el cabello alborotado. Román pensaba que se había excedido en la fiesta, y prefería ni acercarse porque ya antes se había metido en problemas en situaciones parecidas. Además, ella estaba en el lado contrario de su camino.
Las siguientes noches la escena fue la misma, hasta que Roman decidió acercarse, llevaba en su mano una cajetilla de fósforos del bar y no solo para encender su cigarrillo, sino para comprobar que todo estaba bien, porque al parecer ni siquiera se había cambiado el vestido que llevaba desde la primera vez que la vio.
Sin decir nada, se paró frente a ella, rascó el fósforo, pero al acercarlo al cigarrillo que la chica sostenía en sus labios, una ráfaga de viento imperceptible, apagaba la débil llama. Después de tres intentos más, Román, se sentía frustrado, se suponía que era un experto, porque hacía eso a diario en su trabajo, le resultaba muy extraño no poder encender un triste cerillo.
Debido a que la paciencia no era una de sus virtudes, fue donde uno de sus compañeros para quitarle un cigarro ya encendido y se lo llevó a la mujer, ella intentó tomarlo, pero su mano atravesó el pequeño cilindro, igual que los dedos de Román… por tan solo un segundo clavaron la mirada uno en los ojos del otro, mientras el cigarrillo se apagaba en el suelo, ya que el hombre no pudo sujetarlo más después de aquel frió contacto.
Se notaba confusión en el rostro de ambos, pero tras unos minutos de análisis interno, cada cual entendió porque todos habían ignorado a la chica, durante tantas noches…
Al llegar a casa, el hombre del bar buscó alguna noticia al respecto, efectivamente la mujer del cigarrillo había fallecido, y permanecía penando en aquella esquina, solo por no haberlo encendido. —¡Vaya forma de condenarse a uno mismo a causa de un vicio —pensaba Román cada vez que la veía, sin embargo de vez en cuando intentaba acercarle el fuego, para que así pudiera marcharse y descansar en paz.

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