La niña no podía creerlo, lo que vio relucir en la mano del muchacho al pasar por la tenue luz que entraba por la ventana eran monedas de oro. Cuando el niño se fue salió y se dirigió hacia allí; entonces apareció una de las criadas con una vela enorme que también había visto lo que había pasado y quería sacar partido. Decidieron que no dirían nada a nadie. Después de aquel hecho, todas las noches la niña, que por su tamaño cabía dentro, se metía en el hueco bajo la loseta e iba dando monedas a la criada, quien las guardaba en un enorme saco. Las noches pasaban y aquel tesoro parecía no acabarse nunca. Cada noche que pasaba la vela iba consumiéndose más y más, pero las monedas seguían saliendo a pares y no querían dejar ninguna.
Una noche en medio de su labor la vela comenzó a parpadear estaba a punto apagarse, así que la criada le dijo a la niña que saliera del hueco. La niña le hizo caso y abandonó el escondrijo, pero en el último momento una moneda cayó del saco al hueco y, en un acto de avaricia, la muchacha se metió de nuevo en el hueco. La criada quiso sujetarla, pero no le fue posible, con desesperación le insistía que saliera ahí, que dejara la moneda atrás, pues ya tenían suficientes, pero la niña no atendió y la vela dejo de iluminar. En el momento justo en que el último rayo de luz salió de la vela la loseta se cerró ante los ojos de la criada dejando a la niña dentro. La criada decidió no decir nada a nadie, los padres dieron a la niña por desaparecida y el tema se fue olvidando con el tiempo.
Incluso la policía ha acudido multitud de veces ante la llamada de los vecinos que oían voces pidiendo ayuda, pero al llegar al viejo caserón lo único que siempre han encontrado es una vela vieja y consumida puesta justo en el centro de una loseta…
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