domingo, 14 de febrero de 2016

¡NO TODAS LAS HISTORIAS TERMINAR IGUAL!

Alguien me persigue, puedo sentir su aliento mordiendo mi cuello, puedo ver cómo sus ojos  se clavan en mi espalda y la hieren, está cerca.
Trato de caminar lo más rápido posible, aun cuando mi vida está en riesgo, me apena que la gente me vea corriendo como una lunática, porque nadie va tras de mí, o eso es lo que dicen, yo sé que me persiguen, todo empezó hace unas semanas.
Iba cruzando la calle para llegar a mi trabajo cuando lo vi, ese hombre grotesco estaba parado en la acera mirándome fijamente, me miraba a mí, estaba tan desconcertada que no escuché el ruido de la moto acercándose que casi me atropella, le eché la culpa a ese hombre aunque me había dado cuenta que sólo a mí se me ocurre detenerme a mitad de la calle, entré a mi oficina y me senté, pero no dejaba de pensar en ese hombre y en cómo me miraba, de repente sentí que alguien presionaba mi espalda, un escalofrío recorrió mi cuerpo y empecé a temblar: era mi jefe. 
No es precisamente el hombre más aterrador del mundo, aun siendo mi jefe, pero juro que me dio el susto más grande de mi vida. Empezó a hablarme de unos proyectos y de otras cosas que no quise escuchar, solo asentía levemente para que pensara que le estaba prestando atención, recuerdo que en un punto de la conversación el me pidió que fuera a mi casa, supongo que debí parecerle enferma o algo parecido. Cuando llegué a mi casa supe de lo que hablaba me miré en el espejo y estaba pálida, tenía los ojos rojos y cansados, mi cabello al igual que todo lo que soy ahora había perdido el brillo y estaba reseco, sin pensarlo dos veces me tiré a la cama y cerré los ojos. Esa noche ni mis sueños fueron dulces conmigo, volví a soñar con ese hombre, sentí sus manos cubriendo mi boca, abrí los ojos y sus manos seguían allí, eso es todo lo que recuerdo antes de quedar inconsciente.
Cuando desperté estaba justo donde había presentido: el típico sótano nauseabundo de las películas de horror, y yo con las manos y los pies atados sin poder defenderme, por alguna razón el hecho de que fuera tan predecible me dio un poco de risa, a mi agresor no le pareció importarle y comenzó a golpearme y yo me reí más fuerte porque sabía que me iba a torturar, eso lo enojó y me siguió pegando y yo seguí riendo aunque sentía un dolor horrendo no podía parar de reír, él se dio por vencido y subió al piso de arriba a descansar para venir a torturarme mañana. Típico.
(Esa mujer es extraña, se la ha pasado riendo toda la noche aunque sabe que la voy a matar, debe tener alguna enfermedad mental o algo así, qué importa, hoy yo le corto la boca para ver si se sigue riendo) Me dispuse a levantarme para continuar torturando a esa perra, hace mucho que no dedicaba tiempo a mi verdadera afición: Homicidios, pero antes de que pudiera moverme sentí cómo unas manos de mujer rodeaban mi cuello y empezaban a presionarlo, muchos pensamientos pasaron por mi mente en un solo instante, entre ellos que no era posible que esa perra  se hubiese escapado, pero me reconforté pensando: no podrá, es demasiado débil, pero pensé eso antes de sentir el frío y afilado cuchillo atravesando mi tráquea, inmediatamente me empezó a faltar la respiración y quedé inmóvil, lo último que escuché fue la voz de la mujer diciendo: “parece que eso no te lo esperabas”, quedé sorprendido, esa mujer había leído todo de antemano, borró el final y lo reescribió...

¡LA MUJER GORDA! (LEYENDA)

Tomábamos unas copas en el living del Chueco Álvarez, que acababa de divorciarse de su mujer. Afuera, la noche era fresca y apacible; no obstante, a la hora de la cena se vio perturbada por un extraño ruido metálico proveniente desde la calle. Los perros vecinos de inmediato comenzaron a ladrar, y el Gordo Ahumada se apresuró a levantarse del sillón para echar un vistazo a través de la ventana.


-¿Y eso?- preguntó, escudriñando con insistencia la oscuridad del exterior.

El Chueco hizo un vago gesto de fastidio.

-Es una loca. Todos los días, a esta hora, pasa por aquí.

-¿Y ese ruido de latas?

-La loca anda en una silla de ruedas, porque es muy gorda y apenas puede moverse- explicó a desgano el Chueco-.

Alguien, o quizás ella misma, ató unas latas a la silla, y las arrastra por toda la calle, produciendo ese ruido infernal. Nosotros ya estamos acostumbrados, de hecho a veces ni lo escuchamos, pero es evidente que los perros no piensan de la misma manera. Y en cuanto a verla…- señaló al Gordo Ahumada, quien, tozudamente, seguía tratando de ver algo a través de los vidrios del ventanal- …No lo aconsejo. Es un espectáculo muy desagradable de ver. De verdad.

-Pues yo quiero verla- porfió el Gordo, haciéndose pantalla con ambas manos para que el reflejo de la lámpara del living no lo molestara.

-Y yo también- no pude menos que decir.

-Les advierto…- insistió el Chueco, algo intranquilo.

Pero ya era tarde, porque en ese momento, bajo la luz de la farola de la esquina, pudimos verla por primera vez. Atravesaba la calle muy lentamente, montada en una silla de ruedas de aspecto maltrecho. Las latas, atadas a la silla con cordeles de nylon, la seguían como una estela entrechocándose entre sí y tintineando. Sin embargo, esta imagen, que ya de por sí era patética y representaba gran parte de la desgracia humana, distaba mucho de ser lo peor. Lo peor era la mujer misma. Además de tener un aspecto totalmente desaseado, como si no se hubiese bañado ni cambiado la ropa en años, su cuerpo era deforme. No gordo, sino deforme. Su estómago, que parecía una bolsa de arpillera colmada de cosas inimaginables, se extendía por delante de la mujer y terminaba descansando sobre sus mismas rodillas, casi como un repugnante perrito faldero. Los brazos, rollizos pero al mismo tiempo de aspecto fuertes debido al constante ejercicio, estaban surcados por venas azuladas y negruzcas, al igual que su cuello y gran parte de su rostro. Y además, la mujer susurraba. Hablaba en forma constante, en un murmullo ininteligible, como si en realidad estuviese cantando en voz baja. Cuando le señalé el descubrimiento al Chueco, éste asintió y desvió, incómodo, la vista hacia su LED de 42 pulgadas.

-Está cantando, sí. Es una canción de cuna- abrió otra cerveza, que sacó de la cubeta con hielo dispuesta sobre la mesita ratona, y se la tomó de un largo y espasmódico trago-. Quienes conocen su historia, dicen que quedó así desde la muerte de su bebé. El chico nació con problemas cardíacos, y murió a las pocas horas. La mujer no pudo soportar el dolor, y enloqueció. Su marido la internó en una clinica psiquiatrica, pero es obvio que, o bien la mujer escapó, o algún médico insensible le dio el alta y la dejó ir- señaló con la lata de cerveza hacia la ventana, como si aún pudiera verla-. Así que ahora la tenemos ahí afuera. Pasando por aquí todos los días, quién sabe hacia qué destino. Y volviendo rabiosos, de paso, a todos los perros del vecindario.

-Pobre mujer, me da lástima- comentó el Gordo, sacudiendo la cabeza-. ¿Vive por acá?

-No lo creo- dijo el Chueco, con la mirada vidriosa-. ¿Por qué? ¿Pensás ayudarla?

-Sólo preguntaba- respondió el Gordo, a la defensiva.

-Mejor sigamos viendo el partido- sugirió el Chueco, ya de malhumor.

Y le hicimos caso, porque el tema se había vuelto incómodo con rapidez. Y no volvimos a hablar de la mujer en mucho, mucho tiempo. Tal vez fueron años. Yo casi la había olvidado cuando el Chueco la volvió a mencionar. Estaba borracho cuando lo hizo, y sus ojos estaban empañados por un velo de angustia o miedo. Acababa de divorciarse de su segunda mujer, y supusimos que ese era el motivo de su expresión de desdicha. Pero la historia que tenía para contarnos era totalmente inesperada:

-¿Se acuerdan de aquella loca en silla de ruedas?- comenzó, trastabillando con sus palabras. No espero a que nosotros le respondiéramos-. Claro que se acuerdan, ¿verdad? Es difícil olvidarla, una vez que se la mira por primera vez. Son esas personas que uno desearía no conocer jamás. Sé que está mal decirlo, pero es así. La locura… la locura es la peor aberración que conoce el ser humano. Hay algo que es aterrador, y al mismo tiempo repulsivamente fascinante, en ella. Y yo, cada día de mi vida, la veía pasar por mi ventana, arrastrando aquellas malditas latas…

-¿Qué pasó, Chueco?- dijimos casi al unísono.

El Chueco volvió a tomar un sorbo de su copa (en ese entonces había cambiado la cerveza por el whisky, evolución que se debía, sin dudas, a su próspera y pujante situación económica), luego lanzó algo parecido a una risa de hiena, que nos heló la sangre.

-¿Qué pasó? Pues que murió. Eso pasó. Un coche la atropelló, a menos de dos cuadras de mi casa. Y yo… yo que nunca me meto en lo que no me importa… esa vez quise ser solidario. Quise hacer algo que está fuera de mi forma de ser. Y fue el peor error de mi vida…

-¿Por qué? ¿Acaso el espectáculo era muy cruento? ¿O sufrió mucho?

El Chueco negó con la cabeza, sin dejar de exhibir una curiosa y ladeada sonrisa de amargura.

-Cuando llegué ya estaba muerta. Eran las dos de la tarde, quizás dos y media, y a esa hora no pasaba un alma por la calle. El conductor que la atropelló salió huyendo del lugar; yo apenas pude ver un coche de color rojo doblando por la siguiente esquina. Jeremía Escobar, un viejo vecino, estaba al lado mío, y creo que fue una suerte que estuviera ahí, porque de lo contrario… bien, creo que hubiese dudado hasta de mi cordura- el Chueco se pasó una mano por los ojos humedecidos y luego siguió el relato, mirando hacia un lugar indefinido de su jardín-. La mujer, por el impacto, había sido despedida de la silla. Creo que era una silla adaptada, porque nadie de su corpulencia hubiese podido entrar en una silla de ruedas común y corriente. Su cuerpo había quedado en posición fetal, y la cabeza… bueno, la cabeza se había estrellado contra el cordón de la vereda. Su cráneo se había abierto como una nuez…

-Jesús bendito- murmuró el Gordo, dejando su cerveza a un lado.

-Eso no fue lo peor. Es decir, he visto cosas feas, y también tuve la desgracia de presenciar muchos accidentes. Pero esa mujer… Con el viejo Jeremía nos acercamos y le controlamos el pulso, pero era evidente que estaba muerta. El viejo sacó un celular de su bata (desde que se jubiló en una empresa automotriz, el viejo anda siempre en una bata azul) y llamó a la ambulancia, mientras yo, sin poder hacer otra cosa, me dedicaba a examinar a la mujer fallecida. Sus ojos estaban llenos de tierra, y de alguna manera se veían muy tristes... ¡Cuánto sufrimiento, cuánta locura había ahí!... Me retiré unos pasos, tal vez superado por la situación, y creo que ahí fue cuando comencé a darme cuenta. El viejo Jeremía terminó de hablar por teléfono y se acercó. Nos miramos… ¿Alguna vez sintieron una conexión psíquica con alguien? ¿Una especie de electricidad, una sintonía en común que hace que las palabras sobren? Bien, porque eso fue lo que en ese jodido instante sentí con el viejo. Había algo en esa mujer que estaba mal. Terriblemente mal. La suya no era una gordura común y corriente, Dios bendito, sino algo que en cierta forma me hacía acordar otra cosa… Y entonces fue cuando la mujer se movió. Estaba muerta, tanto el viejo como yo sabíamos que lo estaba, pero de todas maneras lo hizo.

El Chueco de repente abandonó su sillón y comenzó a pasearse por la habitación. El Gordo me miró de reojo y levantó una ceja, pero yo evité devolverle la mirada.

-La mujer muerta se movió… mejor dicho, su estómago.

-Oh, no- murmuré, casi sin darme cuenta. No sabía si quería seguir escuchando el relato. No era una historia propicia para contarla en una despreocupada reunión de amigos. Pero el Chueco había comenzado a hablar, y sabía que sería imposible pararlo.

-Yo había quedado petrificado, pero el viejo Jeremía tuvo un atisbo de reacción. Se arrodilló frente a la mujer y le habló. Creo que aún quería convencerse de que seguía viva… porque esa era la explicación más racional de todas. Pero no, bastaba echar un vistazo al cráneo de la mujer, con el cerebro derramándose sobre la alcantarilla como cera derretida, para darse cuenta de que no era así. Y entonces el estómago de la mujer se movió otra vez. El vecino, poniéndose pálido de golpe, se incorporó y se dio vuelta hacia mí. “Chueco, creo que esta mujer está embarazada”, dijo, poniendo en palabras lo que hasta ese momento no queríamos expresar. “Estás loco”, le dije, a pesar de que había llegado a la misma conclusión. “Esta mujer tiene sesenta años, es imposible que…” Pero no pude seguir hablando, porque fue entonces cuando ocurrió. El estómago de la mujer se removió una vez más… y la piel se rasgó. La sangre de inmediato oscureció su vestido amarillento. Y algo, un bulto… comenzó a brotar debajo de la tela. Juro que fue así. Se movía trazando círculos. Cuando el Viejo se acercó y retiró el vestido, vimos una mano asomándose por la barriga abierta de la mujer. Eso fue suficiente para ambos. Sin decir una palabra más, nos alejamos del lugar. Yo me encerré en mi casa, hasta creo que trabé las puertas y todo. Pero aún así, cuando minutos después la ambulancia llegó, no pude evitar mirar por la ventana. 


Para ese entonces había algunos curiosos en el lugar, aunque no se atrevían a acercarse demasiado, porque el espectáculo era demasiado turbador. Vi que los enfermeros bajaban de la ambulancia con una camilla, y uno de ellos se arrodillaba frente a la mujer. Fue aquel momento donde lanzaron exclamaciones de asombro. El médico que los acompañaba abrió el vientre de la mujer allí mismo, quizás pensando que salvarían a la criatura… y entonces lo sacaron.

-¿Al bebé? ¿De verdad una mujer tan vieja estaba embarazada?

-Estaba embarazada, sí, pero no era un bebé. Era un hombre adulto. Con vellos en el pubis y todo.

Creo que murió allí mismo, retorciéndose sobre el asfalto, bajo la mirada horrorizada de los transeúntes y de los médicos- tomó lo que quedaba de su copa y nos miró. Debió notar nuestra perplejidad, porque volvió a señalar hacia la ventana como si aquel monstruoso hombre-bebé aún siguiera tendido sobre la calle-. ¿Acaso no lo entienden? La mujer, luego de perder su primer bebé, volvió a embarazarse. Y decidió no despegarse de él nunca más. En todos los sentidos posibles. No volvería a perder otro bebé mientras ella estuviera viva. Lo llevaría en su vientre y lo protegería… el tiempo que fuera necesario- suspiró y agregó, con voz mucho más serena:- Creo que, por primera vez en mi vida, me alegré de no tener hijos. Y nunca los tendré. Las mujeres se ponen incomprensibles y locas cuando hay un crío de por medio. Esto que les conté, es el mejor ejemplo de todos. Claro que hay otros…

Con el Gordo volvimos a intercambiar una mirada. Porque el Chueco, tal vez sin darse cuenta, acababa de informarnos el motivo por el cual se había divorciado de sus dos anteriores mujeres.

-Bueno, es una historia… un tanto rara- dije al cabo de un momento, cortando un silencio de muerte-. Es decir, eso del bebé-hombre… me llama la atención que no haya salido en ningún periódico.

-Es lo que vi. No pido que me crean. Sólo les conté lo que vi.

Se estaba poniendo de malhumor, por lo que el Gordo se apresuró a proponer un brindis:
-Por las mujeres. Por todas las mujeres buenas que hay en el mundo.

-¡Salud!- dijimos a desgano.

Curiosamente, fue la última reunión que hicimos. Después de esa noche el grupo se disolvió y cada uno siguió su camino. Lo último que supe del Chueco fue que salía con una maestra de secundaria: la mujer, por lo que escuché, era diez años mayor que él, y las posibilidades de embarazo eran, por lo tanto, casi nulas....

¡NUNCA AYUDES A UN DESCONOCIDO!

La Segunda Guerra Mundial había acabado, pero el daño que habían causado los alemanes durante la ocupación y sobre todo durante su repliegue tras perder la Batalla de Normandía había dejado al pueblo francés en la más absoluta miseria. Con muchos de sus cultivos incendiados y sin casi ganadería, comer se había convertido en un privilegio al que sólo unos pocos podían aspirar.


En medio de este caos acceder a un trozo de carne o un huevo era casi imposible y sólo en el mercado negro se podía conseguir un alimento fresco que llevarse a la boca. Por supuesto sus desmesurados precios eran controlados por un grupo de gente sin escrúpulos que eran capaces de ver morir de hambre a sus compatriotas con tal de aumentar su fortuna. No es por eso extraño que se pagaran relojes de oro, joyas heredadas generación tras generación u obras de arte por un simple mendrugo de pan.

Monique, la protagonista de esta historia, no era ajena a la situación. Durante la ocupación se había visto obligada a “ofrecer” sus encantos femeninos a los soldados alemanes para poder comer. Por este motivo entre una multitud de gente casi famélica, por un hambre prolongada durante meses (si no años), Monique destacaba por su lozanía y por tener algún kilito de mas, algo totalmente inusual y que la hacía verse más atractiva que la mayoría de las mujeres de su edad. Monique sabía que esa era su mejor arma para seguir consiguiendo comida, pero la situación se había vuelto tan tensa que ya nadie parecía requerir sus “servicios”, preferían comer, que su compañía.

Un poco angustiada por el hambre, que por primera vez empezaba a sufrir desde que comenzó el conflicto, recorría el mercado buscando alguien a quien poder “convencer” para que le diera una pieza de fruta o un trozo de pan. Algo de carne era algo impensable ya que el único puesto que aún la despachaba tenía unos precios prohibitivos y sus distribuidores parecían inmunes a sus encantos. Mientras miraba con la boca hecha agua como fileteaban un trozo de carne para un señor que había ofrecido como pago un collar de oro un viejecito cayó casi a sus pies.

La turba de gente que se agolpaba junto al puesto de carne había empujado al anciano, quien había recibido un fuerte golpe en la cadera y parecía no poder levantarse. Tal vez la moral de Monique no fuera la más adecuada, pero sin duda la chica tenía un gran corazón y como un resorte se agachó a ayudar al señor para ayudarle a levantarse.

El viejecito aún dolorido le pidió que le ayudara a salir de allí y le guiara hasta unas escaleras que habían cerca para poder sentarse un rato.

– Muchas gracias por tu ayuda jovencita, parece que el hambre le hace olvidar a la gente el respeto por sus mayores.

– Esto es un verdadero caos – dijo Monique – no debería acercarse a ese maldito puesto de carne, las personas se vuelven como animales cuando empiezan las pujas.

– Pero si no me hubiera acercado ahora no tendría esto – dijo el anciano mostrando un paquete con aproximadamente un kilo de carne.

Los ojos de Monique se abrieron como platos, no había visto la carne tan cerca en semanas.

– ¿Cómo te llamas jovencita? – dijo el señor que esbozaba una maliciosa sonrisa mientras Monique tenía los ojos clavados en la comida.

– Monique – dijo sin apartar su mirada de la carne.

– Hagamos un trato Monique – dijo el viejo que sabía que la chica había picado su anzuelo- Si me ayudas a llevar este trozo de carne a mis hijos que viven cerca de aquí, te prometo un filete para ti sola. Al fin y al cabo un favor se paga con otro y yo casi no puedo caminar con el dolor que tengo en la cadera.

Monique que no podía salir de su asombro por tan gentil oferta sólo acertó a asentir con la cabeza mientras miraba al anciano. Este le extendió el paquete y le pidió que esperara un momento mientras escribía en un papel que metió dentro de un sobre que posteriormente cerró.

– Ya de paso aprovecho para que le entregues esta carta a mi hijo Matías – dijo el viejo quitándole importancia – si no, no se va a creer que te he prometido un trozo de carne por el encargo jeje.

Tras despedirse del señor, que aún se sujetaba la cadera con la mano en un claro síntoma de dolor, Monique se dirigió hacia la dirección indicada. Quedaba al otro lado de la plaza, cruzando el mercado, pero algo le perturbó cuando había avanzado sólo unos metros. Uno de los vendedores en el puesto de carne parecía esbozarle una sonrisa, pero no una de esas que le regalaban los hombres para ganarse sus favores, había algo perverso o malicioso en ella. Bajó la cabeza un poco asustada y como si su instinto femenino le avisara sintió que algo raro estaba pasando. Se giró para mirar al anciano pero allí ya no había nadie ¿cómo podía haberse ido tan rápido y escasos segundo antes no podía ni levantarse?.

Continuó su camino hacía la dirección marcada pero había algo en su interior que le decía que tuviera cuidado, una especie de intuición o sexto sentido que le pedía que saliera corriendo y nunca entregara esa carne. Pero como ya habíamos dicho, Monique era una chica honesta que se veía incapaz de robarle a un anciano y a pesar de su miedo, prosiguió con su encargo.

Pero algo la detuvo una vez que llegó al lugar marcado, la dirección exacta estaba en un oscuro y recóndito callejón que quedaba oculto de la mirada indiscreta de todo el que paseara por la calle principal. Ligeramente asustada por la idea de que el viejo hubiese ideado un plan para violarla. Decidió que lo mejor era no arriesgarse, así que ofreció una moneda de pequeño valor a un muchacho de la calle para que terminara el encargo.

Le esperaba en la esquina mientras observaba como el chiquillo llamaba a una sucia puerta de madera en la que se abrió una mirilla por la cual un hombre se asomó para ver quien había llamado y comprobar que no hubiera nadie más con él.

– ¿Es usted Matías? – dijo el chico- su padre le envía esta carta y este paquete de carne.

El hombre no le hizo esperar, abrió la puerta con la intención de recibir el paquete. Pero para sorpresa de Monique, que observaba todo desde la distancia, no agarró el paquete de carne, si no que sujetó fuertemente la muñeca del muchacho y de un tirón lo metió dentro de la casa cerrando la puerta con fuerza. Se comenzaron a escuchar gritos que fueron acallados en pocos segundos…

El bullicio ensordecedor de la plaza había silenciado al pequeño. Pero Monique había sido testigo de todo, así que gritando se dirigió a un par de militares que sabía que siempre vigilaban que todo estuviera en orden cuando el mercado se abría.

– ¡Por favor ayuda, acaban de secuestrar a un niño! – dijo Monique mientras tiraba del brazo de uno de los soldados guiándole hacia el lugar.

En menos de un minuto los militares se encontraban golpeando la puerta del lugar en el que había desaparecido el niño. Un fuerte alboroto se escuchó en el interior del edificio, un par de hombres vociferaban y golpeaban la puerta desde el interior, parecía que estaban colocando muebles y otros objetos pesados para evitar que se abriera con las patadas de los soldados. De repente el ruido cesó y segundos después, por una de las ventanas que habían en el tejado apareció un hombre que velozmente saltó al edificio cercano y desapareció de la vista de Monique, quien gritando avisaba a los militares que estaban escapando por arriba.


Un segundo hombre salió y los soldados advertidos por Monique le dispararon, uno de los disparos le acertó en pleno corazón y cayó rodando por el tejado hasta el vacío, golpeando el suelo con un golpe atronador a unos metros de Monique.

Tras un par de minutos, los militares se cercioraron de que nadie mas saliera por la ventana y regresaron a la puerta, que empezaron a golpear con más insistencia hasta que consiguieron abrirla lo suficiente para apartar los muebles con los que los delincuentes habían formado una barricada temporal que impedía acceder al edificio.

Cuando consiguieron entrar se quedaron estupefactos, uno de ellos tuvo que salir inmediatamente mientras vomitaba, su estómago no pudo soportar el presenciar tan macabro espectáculo.

De un gancho colgaba el niño boca abajo con la garganta degollada, un cubo debajo recogía toda la sangre. A escasos metros había una mesa que parecía usarse para separar la carne del hueso y donde se podían ver restos humanos como pies, manos y una cabeza. Junto a unos cuchillos ensangrentados habían varios montones de carne humana que ya estaba lista para ser empaquetada.

Mientras, Monique, ajena al matadero humano que habían visto los militares se acercó al hombre abatido por los disparos, al mirarle más de cerca le reconoció como uno de los hombre que despachaban carne en el mercado. Pero lo que más le llamó la atención fue que de uno de sus bolsillos asomaba el sobre que le había entregado el anciano. La mujer se agachó y tras recogerlo decidió abrirlo, en su interior encontró escrito lo siguiente:

“Esta es la última que os envío hoy, las ventas van mejor que nunca”

Por supuesto cuando los soldados fueron al puesto de carne ya no quedaba nadie allí, seguramente el hombre huido había conseguido avisarles...

viernes, 12 de febrero de 2016

¡UNO - DOS - TRES!

El pequeño Tomas, odiaba que lo dejaran al cuidado de la vecina, una viejecilla de extrañas manías, muchas de las cuales la gente relacionaba con brujería, aun así, los padres del niño no se dejaban llevar por tonterías y confiaban mucho en ella, tanto como para encomendarle su pequeño hijo.
Para él, era la más horrible de las pesadillas, no podía pegar un ojo debido a la serie de inexplicables ruidos que siempre se escuchaban en su pequeño departamento, y sobre todo por una terrible canción que ella repetía una y otra vez para acompañar sus pasos.
—Un, dos, tres; me oyes pero no me ves…
—Cuatro, cinco, seis; no me encontrareis…
—Siete, ocho, nueve; estoy más cerca de lo que crees…
El niño entonces se sentía acechado, buscaba alrededor, vigilaba cada rincón, quería esconderse, pero le era prácticamente imposible, pues es bien sabido por todos, que debajo de la cama o el armario están los monstruos y esos eran los mejores escondites. Ni en su casa se sentía seguro, pues la anciana tarareaba todo el día la misma tonada, y Tomas los escuchaba porque ambas casas tenían una pared en común.
Con el paso del tiempo, el chico fue creciendo, y el miedo se hizo menos, hasta que una noche, mientras caminaba del trabajo a la casa, un chiflido se hizo eco en la oscura calle que transitaba… la tonada le parecía familiar, pero no podía recordar con exactitud. Hasta que los chiflidos se volvieron palabras:
—Un, dos, tres; me oyes pero no me ves…
La sangre del cuerpo del joven, bajó del golpe hasta sus pies, causando tal pesadez que le era imposible moverlos, estaba clavado en el piso, escuchando como un par de pasos se acercaban a su espalda.
—Cuatro, cinco, seis; no me encontrareis…
El mismo terror que lo paralizaba, le dio entonces impulso para salir corriendo, casi volando, hasta llegar a su casa. Ahí, un ataque de risa le invadió, se sentía un poco tonto al huir de los recuerdos de su niñez. Así que, después de tomar aire, siguió con su rutina, escuchando primero los mensajes de su contestadora.
El único era de parte de su madre, pidiendo que asistiera al funeral de la viejecilla. En ese momento, no pudo detener los escalofríos que subían electrizando a la vez todo su cuerpo, y erizándole los pelos al escuchar nuevamente:

¡LA PAGINA DEL DIABLO!

Había escuchado mucho sobre aquella mítica página. Un sitio dedicado por completo a las artes demoniacas, donde podían verse posesiones, invocaciones, sesiones en tiempo real, el paso de distintos demonios a nuestro plano existencia, y por si fuera poco, se encontraban también todas las instrucciones precisas de cómo hacerlo ellos mismos, en la comodidad de su hogar. Además, había un apartado por demás exagerado, en el cual se hacía un pacto online con el Diablo.
Lo extraño de todo esto, es que todas las personas que solían hablar de ello, no tenían ni la mínima idea de la dirección web de sitio, por lo que muchos pensaban que no era más que un cuento como muchos otros, una simple leyenda urbana que tenía más datos descabellados que ciertos. Sin embargo, la voluntad de Daniel por dar con aquella página era muy fuerte, y bien dicen que: “el que busca encuentra”, después de un mes de investigación y de surfear los sitios más extraños que puedan hallarse por la red.
En una simple y llana ventana emergente, apareció casi por sí solo, como si tuvieran que cumplirse ciertos requisitos de navegación y basándose en estos hábitos, se obtuviera una invitación para entrar.
Para desbloquear el acceso había una pregunta y advertencia sencilla: “Entrar a este sitio, implica entregarte al Diablo…¿estás de acuerdo?, pero no había botones para elegir si o no. En su lugar, la mente del tipo era invadida por un bombardeo de imágenes en las cuales, obtenía una gota de sangre de su cuerpo y la ponía en la pantalla.
Entonces así lo hizo…y aquellos terribles gritos de dolor, angustia y miedo invadieron su habitación, cientos de videos se reproducían al mismo tiempo, mostrando grotescas escenas de almas torturadas por distintos demonios, gente realizando extraños rituales y demás. Tan solo pasaron unos segundos, y para él ya había sido suficiente, con lo que vio no podría dormir el resto de sus días.
La ventana no tenía ninguna “X” para cerrarse, detener el proceso no sirvió de mucho… apagar la computadora y desconectarla, tampoco dio resultado, aquellas aberraciones seguían mostrándose, pasando por un momento de estática, en el cual se materializó un ser humanoide desprovisto de piel y empezó a salir de la pantalla. Por la posición que el chico mantenía, fácilmente pudo haberlo tomado del cuello y llevarlo consigo, pero en lugar de eso; el demonio fue saliendo lentamente, mostrando su macabra sonrisa llena de filosos dientes, saboreándose del muchacho.
Le hacía saber su horrible futuro solo con gestos, y dejaba que el aire se impregnara con el miedo de Daniel, quien habiéndose entregado al Diablo desde su inicio, había pasado a formar parte del elenco, como otros cientos de curiosos cuyos videos servían para atraer a nuevos miembros....

domingo, 7 de febrero de 2016

¡CUIDADO CON LO QUE DESEAS!

Bueno todo comenzó hace 2 años mis primos fueron de vacaciones a Guadalajara Jalisco y como hiba toda la familia se quedaron en una casa de renta... 

Estando todos los primos reunidos en la sala y sin tener nada mas que hacer, se pusieron a contar cuentos, historia y anécdotas de terror, todos se espesaban e ver asustados menos Tania ella se moría de risa cada vez que alguien contaba su historia se burlaba al mas no poder – ¡Jajajaja! – Eso como pudo haber pasado, no es cierto – decía Tania en tono de burla. 

Los demás ya se espesaban a molestar por su actitud. 

- ojala y te pase algo así para ver si te sigues burlando – decían los demás. 

-¡¡ay!!! Eso no existe, eso solo le pasa a la gente de mente débil…. En lugar de buscar una explicación lógica se mueren de miedo!!! – que tontos son – decía Tania con seguridad. 

En fin así paso una noche viendo un programa de reportajes paranormales salio un numero que según eso era para que experimentaras algo así a lo que mis primos la retaron...

¡Haber si es cierto llama a ese numero que aparece en el programa!.- dijo uno de mis primos 

Cuando llamaron a ese numero decía: si quiere vivir una experiencia paranormal marque 1, si quiere reportar activada paranormal marque 2 etc etc bueno el caso es que Tania marco 1 y enseguida una grabación que decía – espere una visita del mas aya - 

Jajajajaja soltó la carcajada Tania – pues la tendré que esperar aver que pasa. 

Pasaron un par de días y nada. 

¡¡¡ Ven que le dije ya pasaron unos días y nada!!! Solo son cosas de supersticiosos.- dijo Tania sintiéndose segura de lo que decía. 

Al llegar la noche se pusieron a ver una película de terror. A la hora de irse a dormir estaban algunos nerviosos y otros asustados menos Tania parecía ser muy valiente. 

Ya todos dormían y de repente Tania se despertó, sentía algo raro como si alguien la observara miro a su alrededor y no había nadie mas con ella. Intento volverse a dormir pero seguía con esa sensación, de pronto se movió la perilla de la puerta y se empezó a abrir lentamente con ese rechinido que solo se escucha cuando todo esta en silencio... 

Tania esperaba que alguien entrara pero nadie lo hizo 

- ¡De seguro estos me quieren asustar pero no soy tonta! – dijo Tania molesta al ir a cerrar la puerta. Regreso a su cama para volverse a dormir cuando sintió nuevamente esa sensación de que la miraban, voltio a todos los rincones de su cuarto pero no había nadie..


 Entonces vio una sombra por debajo de la puerta, se giro la perilla y se abrió lentamente. 

- Ya vienen otra vez a quererme asustar pero van a ver- pensó Tania levantándose para cacharlos. Pero cuando termino de abrir la puerta no había nadie, enojada por la mala pasada fue a las demás recamaras para ver quien era el maldoso pero todos estaban en sus camas dormidos...

Regreso a su recamara pensativa sobre lo ocurrido; se acostó y se acomodo para volver a dormir, sentía una sensación rara en el ambiente y cada vez estaba mas frió. 
Ya casi estaba dormida cuando la despertó una fuerte sacudida de su cama agitada creía que era un temblor miro a su alrededor pero todo estaba quieto creía que habia sido producto de su imaginación así que se volvió a acomodar para dormir. 

Al día siguiente comento lo sucedido los demás pero seguía insistiendo en que todo tenia lógica. 

Para comprobarlo la familia entera que quedo a dormir en la recamara de Tania. 

Empezó a caer la noche y todos estaban listos para comprobar que lo que dijo Tania era cierto. Cansados los venció el sueño. Ya era de madrugada y todos dormían y de pronto Tania sintió otra vez la rara presencia el ambiente se torno frió como con una vibra pesada Tania despertó a los demás estaban ala perspectiva de lo que se supone seguiría. 

Derrepente la perilla de la puerta comenzó a girar y la puerta se abrió lentamente todos asustados gritaron pero Tania los callo fue a serrar la puerta y dijo 
-¡¡ has!!! Seguro fue el aire, que escandalosos le pondré seguro. 
Pasaron unos momentos se vio por debajo de la puerta una sombre y comenzó a girarse la perilla inmediatamente empezaron a ver si estaban todos completos y efectivamente no hacia falta ninguno, escucharon el rechinido de la puerta que se abría lentamente; todos gritaron y se abrazaron algunos querían salir de ahí, pero Tania nuevamente los calmo se dirigió a la puerta y dijo: 
- tal vez el seguro no sirve- pero para su sorpresa si servia. 

Los demás empezaron a entrar en pánico, y a Tania ya se le notaba preocupada, ya el ambiente era bastante pesado pero seguían todos juntos algunos llorando y otros abrazados. 

Cuando creían que ya nada hiba a pasar empezó a parpadear la luz, pero como si estaba apagada, Tania los trataba de calmar argumentados que estaba fallando la energía eléctrica, derrepente se sacudió la cama cual toro de rodeo todos corrieron huyendo de aquella recamara pero Tania estaba paralizada del miedo se quedo sola miraba al rededor; sudaba su respiración cada vez era mas agitada intentaba rezar pero a su cabeza no venia ninguna oración intentaba pedir ayuda pero la voz no le salia. 

Algo se acercaba ella lo sentía movía sus ojos de un lado a otro buscando pero solo ollo un susurro al oído que le decía ” Cuidado con lo que deseas “… 

A la mañana siguiente Tania despertó creía que solo había sido una pesadilla pero no era así su mama le dijo que cuando todos estaban afuera de la casa noto que Tania se había quedado adentro intento regresar pero la puerta estaba cerrada así que se brincaron por la ventana y cuando llegaron a ella estaba desmallada. Les abrieron la puerta a los demás y comenzaron a resar para calmarse. 

Ese mismo dia se fueron de esa casa y ya no volvieron a rentarla. 

Abra sido la casa o abra sido lo que Tania deseo no lo saben. 

Todos han olvidado el terror que vivieron menos Tania que de vez en cuando tiene pesadillas con eso y aveces cuando lo recuerda dura noches sin dormir pero sin embargo trata de hacer su viva lo mas normal que puede…
 

miércoles, 3 de febrero de 2016

¡AMIGAS POR SIEMPRE!

Año 1982. Alicia y Sara eran dos chicas, ambas de 15 años, e íntimas amigas desde la más tierna infancia. Vivían en el mismo barrio, estudiaban en el mismo instituto, iban a la misma clase... en fin, eran inseparables. Sin embargo, tenían caracteres muy diferentes. Alicia era alegre y extrovertida, mientras que Sara era muy tímida y callada.
Cierto día, Sara le propuso a Alicia:

- ¿Por qué no hacemos un juramento de sangre?

- ¿Qué?

- Mira, por si algún día perdemos el contacto, juramos que la que muera antes de nosotras dos, irá a avisar a la otra.

- Qué tontería, Sara, nosotras siempre estaremos juntas.

Ante la insistencia de Sara, y entre asombrada y divertida, Alicia al final aceptó la propuesta. Ambas se practicaron un corte con una navaja en el dedo índice de la mano derecha, y sellaron el pacto a la luz de unas velas. Pasaron los años. Alicia había terminado sus estudios de derecho, tenía un buen trabajo, una casa preciosa, un marido maravilloso y un hijo igual de angelical. Hacía mucho que no veía a Sara, la amiga de su juventud, aunque a veces se acordaba de ella cuando se veía la cicatriz de su dedo índice. Al final, la vida les había llevado por caminos distintos y no habían vuelto a verse desde que acabaron el instituto. Una noche, Alicia tuvo una horrible pesadilla: iba conduciendo, cuando de repente un camión invadía su carril e impactaba con su coche.

Se despertó empapada en sudor, y justo en ese momento, oyó el timbre de la casa. Eran las 3 de la madrugada. Miró a su marido, que dormía profundamente a su lado, en ese momento, el timbre volvió a sonar con insistencia. Maldiciendo por lo bajo y preguntándose quién podría ser a esas horas, Alicia se levantó y fue a abrir la puerta.

Al asomarse y ver aquella mujer que estaba en el porche, abrió la boca, totalmente anonadada. Aunque había cambiado bastante, la reconoció enseguida. Allí, terriblemente pálida, ojerosa y con una enorme herida sangrante en la cabeza, estaba su antigua amiga Sara.

- ¡Por Dios, Sara! ¿Qué ta ha ocurrido? Entra, te curaré esa herida.

- ¡Cuánto tiempo sin vernos!

Sara no se movió de donde estaba.

- He venido a cumplir mi promesa, Alicia. He muerto y vengo a decírtelo.

Alicia se quedó sin habla. - Ya que la vida nos ha separado, estaremos juntas en la muerte. Te estaré esperando...- dijo Sara levantando el dedo índice. 

Acto seguido, desapareció.
Alicia empezó a notar un dolor persistente en su propio dedo índice, al mirárselo descubrió que lo tenía empapado en sangre, como si se le hubiera vuelto a abrir el corte que se hizo años atrás... Lanzó un alarido estremecedor y cayó desvanecida al suelo. Al día siguiente, despertó en su cama y pensó que todo había sido un mal sueño. Encendió el televisor para desayunar, lo que vio la dejó helada: la noche anterior, a las 3 de la madrugada, había ocurrido un accidente de tráfico: un camión había chocado contra un auto, y la conductora  había fallecido en el acto. A partir de aquél día, su vida se convirtió en un auténtico infierno. No comía, se olvidaba de recoger a su hijo en el colegio, no rendía en el trabajo... Y todas las noches tenía el mismo sueño, en el cual oía llamar a la puerta, y al abrir veía a Sara levantando el dedo índice y diciendo "te estaré esperando", tras lo cual siempre se despertaba con un dolor insoportable en su dedo lleno de sangre.

Su marido no entendía lo que le estaba pasando, los médicos no encontraban ninguna explicación, y finalmente internaron a Alicia en un psiquiátrico. Allí no hizo más que empeorar, ahora en sus pesadillas veía a Sara junto a su cama. Una noche, un celador del psiquiátrico oyó un espantoso ruido de cristales rotos que provenía de la habitación de Alicia.

Al entrar en el cuarto vio que la ventana estaba rota, se asomó y vio a Alicia tirada sobre la acera en medio de un charco de sangre. Tenía una gran herida en la cabeza y a su lado, en el pavimento, alguien había escrito con sangre: "AMIGAS POR SIEMPRE".


¡LA MANSION WINCHESTER! (LEYENDA)

Luego de que Oliver se estableciera como un acaudalado hombre que fabricaba rifles, decidió heredarle a su hijo su fortuna, con la esperanza de que éste no sólo mantuviera las buenas finanzas, sino que poco a poco ayudará a incrementar la riqueza familiar.
William (el primogénito de Oliver) se casó y en 1866 nació su pequeña hija, quien desafortunadamente murió luego de apenas mes y medio de existencia en este mundo. Si a eso le sumamos que William falleció poco tiempo después a causa de un severo cuadro de tuberculosis, la viuda quedó en un estado total de shock, pues las dos personas que tanto había amado, ya no estarían nunca más a su lado.
Era tanta la depresión de la señora Winchester, que empezó a frecuentar sitios de mala muerte en donde se entrevistaba con brujas y videntes, quienes supuesta mente hacían contacto con el más allá para qué la mujer encontrar respuestas.
Luego la viuda se entrevistó con una adivina, quien le dijo que la causa de todos sus males era provocada por los entes que habían perecido a causa de los rifles de su suegro durante las constantes batallas.
También le dijo que la única manera en la que podría librarse de la maldición era que empezara lo más pronto posible a construir una gran casa de reposo para ella y para los fantasmas que continuaban penando.
– Otra cosa que no debes dejar de considerar es que una vez que inicies la construcción de tu nuevo hogar, no puedes dejar de construir, pues si lo haces las entidades malignas podrán volver al plano de los humanos y te atormentarán hasta que mueras, dijo la vidente.
Sara (así se llamaba la mujer) se mudó a otro estado y buscó afanosa mente una propiedad que pudiera empezar a remodelar tan pronto como le fuera posible. Halló una granja en la casa principal contaba con ocho cuartos.
En menos de lo que canta un gallo, la señora contrató a gente especializada en remo delaciones y siguió haciéndole ajustes a la casa por más de tres décadas y media de manera ininterrumpida.
Era tanto el miedo que sentía con respecto a las entidades funestas que podían atacarla hizo que en varias partes de la edificación predominará el número trece. Quienes han recorrido la mansión Winchester, no tienen temores ya que la construcción es bastante irregular ya que hay pasillos que no llevan a ningún lado o muros que tienen puertas, pero no hay ninguna habitación que los conecte....